Nacido en Figeac (Francia) en 1790, Champollion empezó a hablar latín a los nueve años, hebreo a los trece, y árabe a los catorce. La formación en lenguas la debió en parte a la dirección que recibió de su hermano: árabe, etíope, copto, hebreo, sirio, caldeo y algo de numismática.
Al ingresar en el Liceo, comenzó su interés por el estudio de los jeroglíficos egipcios y gracias a su hermano, Champollion-Figeac, consiguió una copia de las inscripciones de la piedra Rosetta, que tienen las características de estar escritas en jeroglífico y en griego, así como en demótico (el sistema completo de escritura egipcio comprende tres tipos de escritura: jeroglífica, hierática y demótica, esta última corresponde a los periodos tardíos del antiguo egipcio).
En su estudio de la piedra Rosetta identificó grupos de signos reunidos dentro de unos anillos. Supuso que este relieve tipográfico era digno del nombre de los reyes y comprobó que coincidían, aproximadamente, a la altura en que estos eran mencionados en el texto en griego. Los dos nombres de reyes que le dieron la clave fueron los de Ptolomeo y Cleopatra.
En 1822 lee ante la Academia su Lettre a M. Dacier, en la que establece la clave para descifrar el alfabeto jeroglífico. La complicidad del proceso que siguió fue increíble ya que se enfrentó con una escritura que contaba con tres tipos de signos: fonéticos, de palabras y de ideas; que había evolucionado a lo largo de 3.000 años; y que hay que leer de derecha a izquierda, de izquierda a derecha o de arriba abajo según la época a que pertenezca.
Después de su muerte, se elevaron varias voces contra su sistema, pero Lepsius, quizá la otra figura más importante de la egiptología, lo reivindicó con el hallazgo del decreto de Canopo, obra bilingüe, que confirmaba definitivamente el método de Champollion.
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